Hace unos días apareció por la clínica un inspector de trabajo.
Llegó e hizo preguntas.
Nuestra compañera se las contestó. Al principio nerviosa. Luego hasta
contenta de poder contar a alguien nuestra experiencia.
Y lo contó todo. ¿Qué horario tiene el centro? Éste es de 12 horas
ininterrumpidas. El otro es de 24 horas.
¿Cuántos veterinarios sois? En total 5 en la empresa. ¿Y auxiliares? Tres.
¿Estás segura que este es el horario? Si.
…
Vale.
¿Vacaciones? 15 días. ¿Y el resto? No hay resto.
Y así una tras otra. El inspector solicitó hablar con nuestro exjefe.
Por supuesto, el empresario decidió no acudir a la llamada. No creo que el
inspector se lo tomara demasiado bien.
Se levantó un acta de inspección. Hay que presentar papeles entre ellos
horarios del personal (que existen por escrito, algunos de hasta 54 horas), nóminas de todos
los trabajadores, vacaciones firmadas de todos los trabajadores(que no
existen)y reconocimientos médicos (que no existen)... de los últimos cinco años.
En caso de no presentarlos (mucho tiene que chanchullear para conseguir esos
papeles que, por si no quedó claro, no existen) tendrá que abonar multa de
6000€. Para empezar.
La primera batalla parece decantarse de nuestro lado. Seguimos en
guerra.
Unos días después, dos compañeras han renunciado :(. Se marchan de la
empresa hartas pero no van a luchar por sus derechos ni por los de los que
vendrán detrás. Es su decisión y les deseo toda la suerte del mundo. Al fin y
al cabo, ellas han aguantado carros y carretas durante 3 y 5 años
respectivamente, allí donde yo solo aguanté 6 meses, y entiendo su cansancio, su hartazgo. Entiendo que lo primero
es la salud mental.
Sin embargo todo esto me hace sentir una felicidad con sabor agridulce. Por un lado recupero la
fe en la administración y por el otro lado, la pierdo en mi generación. Porque
la administración y nuestros derechos siguen ahí, aunque nos los intenten
quitar. Pero somos nosotros los que tenemos que hacer el esfuerzo de poner en
marcha la maquinaria. Queda demostrado (de momento) que la máquina funciona,
que está ahí. Que mientras les dejen, los funcionarios harán su trabajo y velarán por lo público, lo nuestro. Lo que pasa es que si ni siquiera estamos dispuestos a
levantarnos para luchar por nuestros derechos, luego no podemos
llorar porque estos desaparezcan.